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20 Jun 2020

Recordamos a Don Manuel Belgrano en el bicentenario de su fallecimiento

Por Oscar Andrés De Masi

Cátedra extracurricular «Adrián Beccar Varela»

Nuevamente, el señor Rector de la USI me invita amablemente a asociar unas palabras escritas con la efemérides del título: el bicentenario del fallecimiento de uno de los fundadores de nuestra nacionalidad. Y me sugiere, con acierto, que esta reflexión belgraniana de hoy, sea consistente con los propósitos de la cátedra abierta «Adrián Beccar Varela», en el sentido de ofrecer un nexo de sentidos entre la figura del prócer, su aporte a la educación, la vigencia de su mirada social y la identidad histórica de San Isidro.

¿Quién podría ignorar u objetar que don Manuel Belgrano es una figura clave en la agenda revolucionaria de la Independencia argentina? Ciertamente, fue Mitre el autor historiográfico del ingreso definitivo del prócer al panteón de las glorias argentinas. Pero, no obstante ello, quizá ese Belgrano polifacético ocupaba ya un lugar entrañable en la memoria popular y en la construcción poética de su imaginario.

Fue funcionario de gobierno por inclinación profesional.

Fue militar y diplomático por imperio de las circunstancias políticas.

Fue ciudadano por convicción.

Fue patriota por vocación.

Y también ¡fue «sanisidrense»!, por su permanencia en su chacra del Pago de la Costa, en aquellas temporadas de descanso (tal vez, escasas) en que pudo disfrutar del clima y del paisaje lugareños. Pensemos en ese joven Belgrano, que, como tantos otros porteños de clase principal, escapa del calor de la ciudad en el verano, y pone rumbo a San Isidro. ¿Habrá cabalgado por las tierras del alto? Es probable. ¿Habrá cumplido con los preceptos del culto en la vieja (hoy demolida) iglesia dedicada a San Isidro Labrador? Es muy probable, teniendo en cuenta su fervor religioso. ¿Habrá contemplado algún atardecer en la ribera? No lo descartemos.

La chacra de los Belgrano (heredada por Manuel y por sus hermanos y hermanas) había sido adquirida por el padre, el rico comerciante y magistrado de origen italiano don Domingo Belgrano Peri (o Pérez). Su ubicación coincidiría, hoy, con la zona de Martínez (1).

Tras las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, el general Belgrano debió retornar a Buenos Aires, pero a causa de su quebrantada salud, como señaló Mitre, obtuvo licencia para permanecer en San Isidro. Luego, en abril de 1820, regresó a la chacra, nuevamente enfermo. Fue su última estadía fuera de la Capital, a donde regresó, para morir en la casa paterna, a escasos metros del convento de Santo Domingo y la iglesia de los Padres Dominicos.

De modo que su evocación nos convoca, hoy, en todas las escalas identitarias del prócer: lo nacional y lo local.

A Belgrano solemos asociarlo, primariamente, con la reiterada viñeta escolar de la creación de la Bandera Nacional, enarbolada ante sus tropas en el Rosario, junto al río Paraná. Su desempeño bélico en el Paraguay y en el Ejército del Norte, y en especial sus resonantes triunfos de Tucumán y de Salta (y sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma) con frecuencia, distrae nuestra atención de su marcado perfil cívico y de su lúcida y temprana mirada acerca de la relación entre el mundo de la Educación y el mundo del Trabajo.

La dinamización de la utopía colectiva hacia ese vector que se denominaba, epocalmente, el «progreso», la «felicidad del pueblo», la «prosperidad» del país. Requería, como interfaz necesaria en aquella voluntad política de bienestar, implementar un modelo de Educación consistente con las posibilidades laborativas, especialmente de los sectores populares, tan empobrecidos y sumidos en la ignorancia durante décadas.

Educar al pueblo en las llamadas «ciencias prácticas» era un mandato de la hora para una Nación en formación (emancipada ya de una Metrópolis «ilustrada» pero, a la vez, mezquina en derramar ilustración sobre estas riberas del Plata), que arrastraba aún el peso de unos modelos pedagógicos proclives a una especulación escolástica ad usum de clérigos y de abogados, que excluía a numerosos sectores de la población, desfavorecidos por la fortuna.

En nuestro medio colonial, los saberes técnicos, que eran desalentados desde la narrativa y la directiva oficial, debieron forjarse en la matriz de lo eminentemente empírico, sin anclarse en un corpus sistemático. Había escrito Belgrano en 1796, en su primera Memoria ante el Consulado:

Una de las causas a que atribuyo el poco producto de las tierras y, por consiguiente, el ningún adelantamiento del labrador, es porque no se mira a la agricultura como un arte que tenga necesidad de estudio, de reflexiones o de regla. Cada uno obra según su gusto y práctica, sin que ninguno piense en examinar seriamente lo que conviene, ni hacer experiencia y unir preceptos a ella…(2)

¡Cuántas veces habrá visto, bien de cerca, a los labradores del Pago de la Costa, a sus propios peones y jornaleros en la chacra de San Isidro!

Desde su tarea como secretario del Consulado de Comercio (y también desde el periodismo), Belgrano impulsó el desarrollo de la agricultura y la instrucción de los labradores. Junto con Vieytes y con Tomás Grigera, herederos de la tradición hortelana de Altolaguirre, e imbuidos del ideario fisiocrático, fueron, quizá, los principales promotores, propagandistas y pedagogos de la agricultura en la campaña rioplatense, aún antes de las políticas activas de Rivadavia en la materia (3).

Belgrano llegó a mencionar, explícitamente, a «esos miserables ranchos» que existían aún sin salir de la capital del Virreinato, en los arrabales, a poca distancia de la Plaza Mayor, donde se multiplicaba la ociosidad («origen de todos los males en la sociedad») y la improductividad, ya que, únicamente, se ejercía una labranza de subsistencia, contando a favor con la feracidad del suelo pampeano.

También fueron iniciativas de Belgrano, en el mismo sentido de promover las disciplinas técnicas y orientarlas, tanto a la mejora moral como al progreso económico, la creación de la Academia de Dibujo (cuyas clases él mismo inspeccionaba) y de la Escuela de Náutica enfocada hacia el comercio (ésta última, a semejanza de aquella otra que había fundado en España don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los autores frecuentados por Belgrano en sus años peninsulares).

La propuesta educativa-técnica de Belgrano era ampliamente inclusiva y alcanzaba a varias clases de establecimientos de enseñanza pública y gratuita:

-Escuela de Comercio

-Escuela de Náutica

-Academia de Dibujo y Geometría

-Escuela de hilado de lana y algodón

-Escuelas primarias gratuitas

-Escuelas para niñas

Como decimos, su foco estaba puesto, primordialmente, en los sectores de mayor pobreza, en su atraso crónico y en su falta de oportunidades laborales: A estas infelices gentes … desde niños les es muy penoso el trabajo en la edad adulta, y resultan ser unos salteadores o mendigos… (4)

Ranchos miserables…ociosidad…salteadores y mendigos…El diagnóstico de Belgrano, a partir de los déficits educativos, no podría ser más vigente. Quizá sus palabras suenen chocantes ante una sensibilidad contemporánea que apalanca sus eufemismos en la corrección política del lenguaje. Pero el fondo del asunto permanece como una deuda social.

Justo es decir, también, y como marcando un asterisco que denota los interdictos de ese «pacto colonial» en que nació y creció Belgrano: negros y mulatos no gozaban de su simpatía, ni eran convidados a estos espacios de educación (en el Reglamento de la Academia de Dibujo, por ejemplo, sólo se admitían africanos ¡cómo peones de limpieza!). Del mismo modo que en la polis griega, las ventajas inclusivas de una plena ciudadanía no podían extenderse a los estratos esclavizados.

Pero la mirada educativa-técnica de Belgrano nos sigue sorprendiendo. No conoció la informática, obviamente, pero advirtió el potencial del Dibujo, no sólo como una destreza estética reservada a los artistas, sino como herramienta de representación gráfica para todos los oficios artesanales:

Algunos creen inútil este conocimiento, pero es tan necesario, que todo menestral lo necesita para perfeccionarse en su oficio; el carpintero, cantero, bordador, sastre, herrero y hasta los zapateros no podrán cortar unos zapatos con el ajuste y perfección debida sin saber dibujar. Aún se extienden a más que los artistas los beneficios que resultan de una escuela de Dibujo… (5)

Y agregaba una nota específica para la educación de las mujeres, a quienes Belgrano incluía sin dudar en el sistema educativo: debe ser este conocimiento tan general, que aún las mujeres lo deberán tener para el mejor desempeño de sus labores. Por supuesto, con vara epocal, aquellas «labores» eran las habilidades inherentes al rol doméstico y a las destrezas textiles del hilado, el bordado etc.

Los celos de la Corte española, sumados a la guerra peninsular desde 1800, frustraron el desarrollo de la prometedora Academia de Dibujo, que estaba llamada a convertirse en nuestra primera Escuela o Facultad de Arquitectura.

En suma: para don Manuel Belgrano la clave de toda mejora social para un país en trance de reconstrucción se hallaba en el fomento de la educación pública, orientada, tanto a la adquisición de buenos hábitos morales (“ahuyentar los vicios», decía), como a los conocimientos prácticos.

Esos saberes técnicos brindarían oportunidades de empleo a los niños y a las niñas, especialmente de los sectores menos favorecidos, integrándolos al naciente colectivo-nacional con la identidad propia de los ciudadanos instruidos y productivos, capaces de sumar su contribución a la grandeza común. ¿Qué más actualidad podríamos pedirle, a doscientos años de su muerte?

 

Fuentes:

(1) La arquitecta Marcela Fugardo, directora del Museo Histórico Municipal de San Isidro, ha aportado, en su cuenta de Instagram (https://www.instagram.com/marcelafugardo/) dedicada al Patrimonio de San Isidro, unas orientaciones catastarles y vistas de actualidad que resignifican la memoria topográfica de aquella chacra, en la trama urbana de Martínez. He allí un ejemplo de ese Patrimonio inmaterial que atesoran las ciudades y que demanda una señalización histórica. Del mismo modo, Bernardo Lozier Almazán, en el número XXVIII de la revista del Instituto Histórico Municipal de San Isidro ofrece importantes datos documentales relativos a la adquisición y extensión de aquella propiedad rural.

(2) Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor (Memoria elevada al Consulado en 1796). En BELGRANO, Manuel: Escritos económicos. Ed. Raigal, BA., 1954

(3) Cfr. DE MASI, Oscar Andrés: Cuando el lazo embrutece y el arado civiliza…en GRIGERA, Tomás, Manual de Agricultura. Reedición facsimilar 2010. Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, Bando de la Provincia de Buenos Aires, Institutos Históricos Municipales de Lomas de Zamora y de San Isidro.

(4) Ibídem

(5) Memoria presentada ante el Consulado el 15 de junio de 1796, según cita de BESIO MORENO, Nicolás: Academia de Geometría, Perspectiva, Arquitectura y toda especie de Dibujo, fundada en Buenos Aires en el año de 1799 por don Manuel Belgrano. BA., 1937

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