¡Gracias Papa Francisco!
Con honda tristeza y profunda esperanza, damos gracias a Dios por la vida, la vocación sacerdotal y el magisterio pontificio de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, donada al servicio del Pueblo Fiel de Dios y de toda la humanidad.
A lo largo de toda su vida, y especialmente sus 12 años de Obispo de Roma, supo ser un padre espiritual y pastor, que no se cansó de recordar, con la alegría que brota del evangelio, que Dios es amor y misericordia, y que eso es muy buena noticia para el mundo.
Tanto por sus palabras y pronunciamientos, como por sus gestos, actitudes y decisiones pastorales y de gobierno eclesial no solo inspiró la creación de nuestro Instituto de Estudios Filosóficos, Teológicos y Sociales “Juan Carlos Scannone”, iniciado a instancias de la celebración de los 5 años de su encíclica Laudato Sí, sino que orientó y alimentó también los temas y líneas de reflexión de nuestro trabajo.
Desde la elección de su nombre papal, su primer viaje fuera de Roma (Lampdusa), y de forma explícita en su programa pastoral (Evangelii Gaudium) nos recordó que, en las entrañas de Dios, en la praxis histórica de Jesucristo y en lo mejor de la vida de la Iglesia, los pobres están en el centro. Su anhelo inicial: ¡Cuánto quisiera una iglesia pobre, para los pobres! se fue cumpliendo en gestos y acciones concretas, a través de su liderazgo mundial comprometido con el caminar de los pueblos y de su ministerio como verdadero “pastor con olor a oveja y a pueblo”.
Francisco hizo de ser el primer Papa latinoamericano mucho más que una anécdota de color para la enciclopedia. Supo asumir la experiencia, la historia, la cultura, la religiosidad y piedad de los pueblos latinoamericanos, encontrar en ellas lo verdaderamente humano y compartirlo con todos, para aprender de todos. Aquel “Padre Jorge” de Buenos Aires no dejó atrás “el fin del mundo”, como se autoidentificó en su primer mensaje al pueblo de Roma, sino que lo llevó al corazón del centro. Hizo de todas las periferias un principio epistemológico, social, político e incluso teológico. Puso allí, hasta el final, su propio cuerpo en cientos de viajes, y su corazón abierto. Las convirtió en su lugar para para escuchar y mirar el pasado desde su reverso, el presente mundo desde abajo y el futuro desde arriba, de donde viene la esperanza.
Con sencillez y valentía provenientes del Espíritu, supo hablar de la paz, la misericordia, la amistad, el amor, el perdón, la gratuidad, la justicia, del corazón, ante un mundo donde esas parecen no tener ni lugar ni tiempo.
Con un “oído en el pueblo y otro en el Evangelio” fue profeta que, de frente y sin adornos, denunció la crisis civilizatoria socio-ambiental que atraviesa la humanidad, la amenaza de la globalización de la indiferencia, lo deshumanizador de cultura del descarte. Alzó su voz, con coraje, para gritar fuerte ¡no! a todo lo que excluye, divide, aliena, oprime. Y ¡sí! a la Vida y a las vidas, por sobre la muerte, sin excepciones ni concesiones.
Pero también, con el realismo utópico del evangelio, anunció un cielo nuevo y en una tierra nueva, el Reino que nos reclama (EG, 180), que no es expresión de buenos deseos ni una mera idea reguladora, sino una realidad ya presente, todavía abierta. Inscripto en la agenda del Concilio Vaticano II, su pontificado nos ayudó y acompañó a reconocer esa realidad ya presente en los signos de los tiempos y de Dios en la historia. Como en las “experiencias de salvación comunitaria” (LS, 149), donde se antepone el “nosotros” al “yo” y se hace carne la fraternidad personal y social. Y no temió en ponerle rostros y nombres, como en la convocatoria de los Encuentros Mundiales de los “poetas sociales”, es decir, de aquellos Movimientos Populares, quienes recuerdan que el techo, la tierra y el trabajo son derechos humanos y divinos.
Escuchó junto al clamor de los pobres, el grito de la Madre Tierra, que supo reconocer como creación. Develando su íntima relación, les respondió con un nuevo paradigma histórico: el cuidado de la Casa Común, que pone a todos los esfuerzos humanos en dirección a una ecología integral, que no es solo verde sino de riqueza policromática (Laudato si’ y Querida Amazonia).
En nuestra comunidad universitaria nos hemos sentido particularmente interpelados por su invitación al “Pacto educativo global”, indispensable para la conversión humana y evangélica que el mundo contemporáneo exige. Lo vivimos e intentamos asumir como un llamado a asumir nuestra tara como un servicio, a abrirnos a la sociedad y sobre todo a las víctimas, a revisar permanentemente nuestras fronteras, en la conciencia de nuestros hábitos para una ecología integral, en nuestro compromiso con la paz y la justicia.
Especialmente nos ha sido iluminadora para nuestro caminar universitario su propuesta del poliedro, como forma y paradigma de ver, pensar, y actuar, que, a diferencia de la esfera que centraliza y unifica, se reconocen, respetan, conservan y enriquecen las diferencias.
Finalmente, ha sido decisivo para nosotros el impulso que ha dado al discernimiento, elegido como uno de los pilares de su pontificado. En medio de un mundo desorientado entre ofertas de sentido, confundido entre tanto ruido y agotado por la velocidad de las comunicaciones, Francisco propuso recuperar el discernimiento en tanto arte, y no algoritmo, personal y comunitario/popular para elegir rumbos, y en tanto valiosa ayuda en diferentes disciplinas y ámbitos, tanto al interior como al exterior de la Iglesia.
Gracias Francisco por haber sido testimonio fiel del Amor; gracias Dios por el don de su vida.
Instituto de Estudios Filosóficos, Teológicos y Sociales “Juan Carlos Scannone”,
Universidad de San Isidro (USI).