Debate Presidencial: Democracia deliberativa
Por Guido Riso, para Perfil.com.
El éxito de los debate como una nueva herramienta legal.
De tanto en tanto es conveniente recordar que la concepción de la democracia representativa según la cual esta constituye un sistema político sustentado en un consenso racional expresado por una mayoría coyuntural que posteriormente se institucionaliza, es parte de la mitología clásica de la filosofía política liberal, puesto que en verdad, es el disenso y no el consenso el elemento definitorio del modelo democrático. La libertad de expresión, el pluralismo de ideas y la posibilidad de confrontarlas y debatirlas es una nota que solo tienen los sistemas democráticos.
En tal sentido, la democracia es el sistema de gobierno que no sólo garantiza, sino que también asume y se nutre de las diferencias propias y presentes en toda sociedad, puesto que una verdadera democracia se redefine constantemente desde el disenso. Subestimar, o -incluso en ciertos casos- directamente negar la complejidad inherente a cualquier dinámica social abierta es el principal factor distorsivo del concepto de democracia.
Es cierto que debe existir en toda organización sociopolítica determinado consenso establecido como principio de orden, el cual está expresado en el texto constitucional. En efecto allí hay un acuerdo colectivo sobre determinadas bases institucionales.
Sin embargo, poco se ha trabajado la cuestión del disenso, en otras palabras, hace tiempo que se subestima la centralidad del debate entendido como elemento constitutivo del sistema democrático. Es decir, el debate político no solo debe ser canalizado por la democracia, sino que es el sustrato que fortalece a la democracia misma.
Pues la democracia a la que denominamos deliberativa, nos propone un ejercicio de debate político en el sentido más amplio del término, o sea, el mayor objetivo de la democracia deliberativa es construir y sostener espacios de debate y entendimiento propicios para lograr un diálogo inclusivo.
Bajo estas premisas es que debemos también valorar los debates presidenciales que por primera vez en nuestro país, a partir de una disposición legal y de forma obligatoria, se incorporaron al proceso electoral, abriéndose de tal modo una etapa auspiciosa y prometedora. Claramente los debates presidenciales que los argentinos observamos nos permitieron, además de extraer varias conclusiones, alcanzar un nuevo nivel de democracia en el cual son bienvenidos los acuerdos y desacuerdos, que como señalé anteriormente, constituyen ambas cara de la misma moneda.
El éxito de los debates como una nueva herramienta legal que nos provee la democracia no se limita solo al hecho que previo a las elecciones, en un mismo espacio físico y al mismo tiempo cada uno de los candidatos a presidente de la nación expuso sus ideas y propuestas sobre cuestiones institucionales, económicas, sociales, etc.; pues estos debates -enmarcados en un determinado mecanismo de funcionamiento- siempre fortalecen la conversación social y por consiguiente promueven un ejercicio típico de democracia deliberativa.
En efecto, más allá de candidatos y contenidos -los cuales inevitablemente irán cambiado con el transcurso del tiempo- la potencia de los debates presidenciales incorporados al proceso electoral trasciende la temporalidad del debate mismo, pues se proyecta hacia adelante y refuerza la conversación pública, nos invita a participar en un dialogo general sin exclusiones. Por tal razón es que estos debates electorales se inscriben en la versión más dinámica de la democracia.
En definitiva, la clásica democracia representativa funciona, y como vimos la democracia en su versión deliberativa asoma y se expresa en la existencia del debate, pues más allá de candidatos y discursos, esta herramienta ahora institucionalizada y de carácter obligatorio, contiene parte de la energía que alimenta a las democracias modernas.
*Guido Risso es Profesor de la carrera de Abogacía – Universidad de San Isidro «Dr. Plácido Marín».
FOTO: Juan Obregón