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2 Ene 2023

Colaborador de la verdad

Reflexión de Aníbal Torres. Instituto Scannone.

Al partir Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, es curiosa la escasa capacidad de creatividad, profundidad y (paradójicamente) actualización de cierta prensa, al reflotar términos caricaturescos que le achacaron desde los años 80′, como «perro guardián», «Panzer-Kardinal», y otros por el estilo.

Sin embargo, pocos recuerdan , por ejemplo, su predisposición al diálogo, con firmeza y cordialidad, con intelectuales de la talla de Jürgen Habermas, Julia Kristeva, Paolo Flores d’Arcais o el propio Hans Küng. Tal vez sea cierto que Ratzinger confiaba demasiado en que las ideas mueven al mundo y por eso esa especial dedicación suya la «pastoral intelectual». En lo que respecta a América Latina, más allá de su histórica visita a Aparecida, ratificando la opción preferencial por los pobres y la riqueza de la piedad popular (2007), Juan Carlos Scannone insistía en señalar la cordialidad con la cual Ratzinger había saludado a Gustavo Gutiérrez en 1996, en un encuentro de alto nivel, en Alemania, para reflexionar sobre los temas prioritarios de la región.

Como gobernante, más allá de los tropiezos, la timidez y su incorregible incorrección política (catalizada en su denuncia -a tiempo y a destiempo- de la «dictadura del relativismo»), se propuso un programa que fuera a lo esencial: el amor (Deus caritas est), la esperanza (Spe Salvi), la caridad en la verdad (Caritas in Veritate) y la fe (Lumen fidei), sumando además la maravillosa trilogía de su búsqueda personal (sin carácter magisterial), del rostro auténtico del dulce Nazareno.

«¿Reformador o conservador?», le preguntó en 2016 Peter Seewald, a modo de balance, luego de la revolucionaria renuncia en la que había emulado a su admirado Celestino V y rescatado la dimensión escatológica/apocalíptica, para el cristianismo y para las democracias occidentales (como bien lo percibió Giorgio Agamben). A lo cual Ratzinger respondió con su lucidez característica: «Siempre es preciso hacer ambas cosas. Hay que renovar, por lo que he intentado abrir camino hacia delante desde una reflexión moderna sobre la fe. Al mismo tiempo, se necesita también continuidad; es importante no permitir que se desgarre la fe, que se quebrante».

El diálogo con el periodista avanzó sobre otros puntos, declarando que puesto que «Colaborador de la verdad» ya era su lema, «también puede figurar en mi lápida», dijo Ratzinger.

La última pregunta y respuesta revela el carácter de la persona que deja este mundo, muy alejada de las tergiversaciones mediáticas, volviendo a lo esencial: «Una última pregunta en estas últimas conversaciones: el amor es uno de sus temas centrales, como estudiante de teología, como catedrático, como Papa. ¿Qué lugar ha ocupado el amor en su vida? ¿Cómo ha sentido y gustado usted el amor, cómo lo ha vivido con sentimientos profundos? ¿O era más bien una cuestión teórica, filosófica?», a lo cual Ratzinger, tímido y valiente al mismo tiempo, respondió: «No, no, de ninguna manera. Cuando uno no lo ha sentido, tampoco puede hablar de él. Lo sentí primero en mi casa, con mi padre, mi madre, mis hermanos. Por lo demás, no me gustaría entrar ahora en detalles personales; en cualquier caso, lo he vivido en diferentes formas y dimensiones. He cobrado creciente conciencia de ser amado y devolver amor a otros es fundamental para poder vivir, para poder decirse sí a uno mismo y poder decir sí a los demás. Por último, cada vez he visto con mayor claridad que Dios mismo no solo es, por así decirlo, un gobernante poderoso y un poder lejano, sino que es amor y me ama; de ahí que la vida deba estar moldeada por él. Por esa fuerza que se llama amor».

Ahora que «ya no descenderá más a la historia» (como él mismo escribió al partir Pablo VI en 1978), va un adiós a Ratzinger-Benedicto XVI, alguien que sencillamente «grande fue cuando el sol lo alumbraba, y más grande en la puesta del sol».
QEPD

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