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13 Ago 2020

Adrián Beccar Varela y la resignificación de la gesta sanmartiniana, en clave mítica y sanisidrense

Por Oscar Andrés De Masi

Cátedra Extracurricular «Adrián Beccar Varela» – USI
Agosto 2020

En las cercanías de la efemérides sanmartiniana del mes de agosto, el señor Rector de la USI me invita a compartir una breve reflexión que vincule la figura del Libertador con el patrono de esta cátedra extracurricular. Muy oportuna sugerencia.

Ya hemos señalado en anterior ocasión que Adrián Beccar Varela alternó su conspicuo desempeño forense (tanto como abogado en causas particulares, como en su rol de asesor letrado de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires) con el ejercicio del periodismo y el ensayo, en ambos casos orientando sus escritos hacia la materia histórica.

Adscripto a la matriz historiográfica liberal, prefirió los temas del período independentista, a los otros de la época española, con excepción de los antecedentes hispánicos de la fundación de la capilla y la capellanía de San Isidro.

¿Cuál fue su mirada con respecto a la gesta libertadora sanmartiniana? Es interesante la pregunta, porque, sin duda, en consistencia con la narrativa mitrista, ponderó este hecho en el renglón principal de la emancipación argentina y continental. No iría a innovar en la cuestión.

Sin embargo, puede advertirse un toque de originalidad en su visión, ya que al postular la trascendencia de esa epopeya, su exégesis lo conduce a una resignificación del gran episodio militar en el contexto particular de la historia local de San Isidro. Tal era el énfasis identitario con que Beccar Varela signaba su aprecio al pueblo que lo vio nacer.

La oportunidad le fue facilitada por el programa de actividades que rodearon la inauguración de la estatua del Gral. Juan Martín de Pueyrredon en la localidad de Acassuso (o Acasuso) en 1924. Una de aquellas actividades fue un concurso monográfico acerca del Director Supremo. El jurado, que presidía el historiador y coleccionista don Enrique Udaondo, otorgó el primer premio al trabajo presentado por Beccar Varela, y dispuso su publicación.

El autor pudo beneficiarse del contacto informativo con descendientes del prócer e, incluso, abre sus páginas con un hallazgo iconográfico: un retrato inédito de Pueyrredon, encontrado en un bolsillo de la chaqueta de su hijo Prilidiano, quien murió súbitamente. El retrato le fue facilitado por la señorita Victoria Aguirre.

Me interesa detenernos en el capítulo San Martín y Pueyrredon, en el cual el autor pone de manifiesto la amistad política y la camaradería de ambos patriotas, rebatiendo la tesis que insinuaba términos ásperos en su encuentro del 15 de julio de 1816, en Córdoba. Adrián Beccar Varela sostiene que la designación de Pueyrredon como Director Supremo fue una operación directa de San Martín, y que, ya antes de aquella conferencia cordobesa, habían acordado a grandes trazos el «plan continental».

Se pregunta: ¿cuándo y dónde discutieron ese plan? Y la respuesta lo traslada, ahora, al paisaje de las barrancas y al espacio del territorio local, ya que afirma que, para honor del pueblo de San Isidro -su pueblo-, fue allí, en la chacra de Pueyrredon, a la sombra del algarrobo, donde se trazó la operación libertadora transandina. Sin perjuicio de ello, respetuoso de las versiones aceptadas, no niega que las primeras reuniones sanisidrenses hayan ocurrido en la casa del señor Marzano.

El algarrobo de la chacra de Pueyrredon (declarado árbol histórico nacional), en San Isidro. Bajo su sombra, según el relato que Adrián Beccar Varela compuso a partir de la memoria tradicional, San Martín y Pueyrredon trazaron los detalles del cruce de los Andes.
(Foto de época, col. OADM)

Ahora bien, centrémonos en el nudo historiográfico de esta cuestión: nuestro autor necesita justificar su novedad y es consciente de la debilidad de sus fuentes (Carlos Urien, Rómulo Avendaño, Vicente Fidel López). De ahí que, en apoyo de su aserto apele a «la tradición», cuyos contornos sabe bien que son imprecisos y brumosos.

Para la exigencias actuales en materia de discurso histórico, quizá un examen riguroso, a la luz de la tensión crítica a que pueda someterse esa fuente, desnudaría una debilidad heurística. Sin embargo, su propósito «mítico» quedaba cumplido.

Vale una aclaración importante: asumo aquí una toma de distancia personal respecto de la reducción positivista del mito (ese concepto ambiguo que, según la viva expresión de Armando Poratti, fluctúa como una medusa entre varias disciplinas), que permite zanjar, en este caso, cualquier forma de conflicto entre mito y verdad, para afirmar, como lo hace Platón en el Fedro, la verdad detrás del mito.

Tal vez allí resida el mayor éxito de esta monografía de Adrián Beccar Varela: en haber logrado instalar en el imaginario histórico de los sanisidrenses y de los argentinos, en esa menguada «mitología» que da forma a nuestro pasado nacional, la idea de que, efectivamente, el cruce de los Andes se concibió en San Isidro, al vaivén de los mates amargos que iban de la mano de Pueyrredon a la mano de San Martín, pasando, también, por la mano de Guido. Con el río infinito y la barranca como telón de fondo, casi como signando esa geografía concreta con la jerarquía topográfica de una epifanía, como conviene a cualquier mito fundante.

Ciertamente, la narración de Beccar Varela (aunque hoy pueda parecer una viñeta patriótica para dar iconografía a una lámina de Billiken) aportó fundamentos adicionales para la adquisición de la chacra de Pueyrredon por parte del Estado, y para su declaratoria como monumento nacional. Al fin y al cabo, como avezado abogado, no le era ajeno el arte de la prueba.

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